Miles de jóvenes están rimando
poesía, pero no en las aulas, están escuchando a otro tipo de profesor
fuera de ellas. El significado de esto es muy relevante. Si la poesía
puede establecer la conexión de una persona con su propia vida, qué
puede ser más emocionante que una generación encontrando la vibración
del verso, reconquistando la palabra como energía vital. Quizás llegue
un día en el que la historia oficial literaria tenga que abrir todo un
capítulo dedicado al rap. Quizás habrá un momento en que se mire atrás y
se vea que mientras estudiantes cumplían como podían (o no) con los
clásicos, poetas cantautores apoyados por ritmos conseguían llenar de
significado vibrante tanta palabra curricular, haciendo que la chispa de
la creatividad, de la expresión y la lengua encendiesen muchas neuronas
apáticas, perdidas, descontentas o meramente disciplinadas.
Entre estos Señores de la rima que en un futuro sean quizás considerados clásicos, Nach es ya un Sir, un Lord. Las instituciones públicas tendrían que darse
cuenta, su talento debería ocupar una silla en la Real Academia de la
Lengua. La fuerza de sus malabarismos poéticos, su vigoroso uso del
léxico, la elocuencia de sus metáforas actuales y vivas, y su conexión
directa con una generación crecientemente desinteresada por la riqueza
del lenguaje -con todo lo que ello implica- justificaría con creces
designarle una Letra. Porque como los buenos maestros saben, primero hay
que despertar la pasión y la conexión, para que luego pueda entrar la
lección. He sido testigo de cómo chicos y chicas, de todas las edades,
clases y grupos, en absoluto necesariamente seguidores solo de rap,
tienen cada uno su canción favorita de Nach. Muchos
saben de memoria alguna de sus endemoniadas y bellas rimas. Y es que
aprendérselas y recitarlas es ya un excitante reto que vincula la
palabra con lo vivo.…
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Miles de jóvenes están rimando
poesía, pero no en las aulas, están escuchando a otro tipo de profesor
fuera de ellas. El significado de esto es muy relevante. Si la poesía
puede establecer la conexión de una persona con su propia vida, qué
puede ser más emocionante que una generación encontrando la vibración
del verso, reconquistando la palabra como energía vital. Quizás llegue
un día en el que la historia oficial literaria tenga que abrir todo un
capítulo dedicado al rap. Quizás habrá un momento en que se mire atrás y
se vea que mientras estudiantes cumplían como podían (o no) con los
clásicos, poetas cantautores apoyados por ritmos conseguían llenar de
significado vibrante tanta palabra curricular, haciendo que la chispa de
la creatividad, de la expresión y la lengua encendiesen muchas neuronas
apáticas, perdidas, descontentas o meramente disciplinadas.
Entre estos Señores de la rima que en un futuro sean quizás considerados clásicos, Nach es ya un Sir, un Lord. Las instituciones públicas tendrían que darse
cuenta, su talento debería ocupar una silla en la Real Academia de la
Lengua. La fuerza de sus malabarismos poéticos, su vigoroso uso del
léxico, la elocuencia de sus metáforas actuales y vivas, y su conexión
directa con una generación crecientemente desinteresada por la riqueza
del lenguaje -con todo lo que ello implica- justificaría con creces
designarle una Letra. Porque como los buenos maestros saben, primero hay
que despertar la pasión y la conexión, para que luego pueda entrar la
lección. He sido testigo de cómo chicos y chicas, de todas las edades,
clases y grupos, en absoluto necesariamente seguidores solo de rap,
tienen cada uno su canción favorita de Nach. Muchos
saben de memoria alguna de sus endemoniadas y bellas rimas. Y es que
aprendérselas y recitarlas es ya un excitante reto que vincula la
palabra con lo vivo.
Aquí está, la nueva entrega de Nach, con
todo su inconfundible carácter y fertilidad. Cuando parecía difícil
seguir escalando en su apabullante construcción de épica lírica, sello
de la casa, de nuevo vuelve a conseguirlo. Sus odas, porque eso son sus
canciones, pueden elevarse hasta un verdadero éxtasis de vocablos
cargados de imágenes y sensaciones. La presencia y sonoridad de su
majestuosa voz, su virtuosismo en la descarga, su emoción en la entrega,
son un auténtico lujo. Estamos ante un Stradivarius del rap. Y ante un
orador humanista, un cronista lírico que expone con valentía su
sensibilidad, sin intentar ocultarla tras una actitud de miedosa dureza.
Nach mantiene vigilia ante la frivolidad y
materialismo que ha ido contaminando un movimiento que ponía palabra a
la alienación de la calle. Lo que en un principio fue un necesario juego
compensatorio para agrandar los egos maltrechos por déficits sociales,
se ha dio confundiendo por una prepotencia de pose que precisamente
nutre lo que denunciaba. Nach lo confronta desde el
dolor de ver como lo más amado es mal utilizado. Lo que hierve por las
venas de este MC que honra los orígenes del rap es querer expandir la
conciencia, liberar la emoción, incitar la conquista de la redención de
cada cual, y nunca callar la voz ante la injusticia. En una generación
apolítica es vigorizante escuchar a un cantautor que todavía cree en
ideas y anhelos superiores. Sus canciones no son aleatorios listados de
rimas ocurrentes, son forjados trabajos de concepto y elipsis, de
coherencia y solidez, desde la más contagiosa épica de temas como Hambre
de Victoria, Pensando en voz alta y la preciosa oda a la música de El
idioma de los dioses, a la transcendencia contenida con sutilidad e
intimidad del estremecedor En este mismo instante (en la cuidad) y
Ellas, pasando por las aportaciones bien medidas, nunca gratuitas, de
otros grandes artistas de rap, tanto internacionales como Talib Kweli, Immortal Technique o Akhenaton, y patrios como Rapsusklei, Zpu, El Chojin, Abram, Cookin Soul o Baghira, todo esto junto al enriquecimiento de otras savias venidas de la mano de Moisés P. Sánchez o Ismael Serrano.
Nach alquimiza de nuevo un rap de tres
estrellas Michelin, pero servido en la esquina de la calle, en la vida
cercana, directa e importante. En nombre de muchos de los que te
escuchamos, gracias una vez más, Sir Nach.
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