Todo el mundo sabe que se está en la música por dinero. Ya era así
cuando los mercenarios del soul alternaban horas en el estudio con bolos nocturnos para arañar el parné. Hoy la cosa tampoco ha cambiado mucho. Se hace música para ganar pasta con la que generar más música. Dicho de esta manera suena poco romántico, pero lo de tocar en una banda tiene mucho de renquear y poco de glamuroso. Es precisamente en esa confluencia entre necesidad y creatividad donde suele enroscarse el áspid de la distinción, una cualidad resbaladiza pero que por lógica siempre va cargada de veneno. Sucedía en los años veinte con los viejos bluesmen, referentes indiscutibles del sonido acuñado por Guadalupe Plata. Y hoy sigue replicándose dentro de un marco en el que la lógica de la industria se viene abajo. Sin discos en tienda, sin management, sin presencia en los medios habituales, a la banda solo debería quedarle el culto y a la larga la extinción. Resulta paradójico, pero grupos como el que forman Perico de Dios (guitarra y voz), Carlos Jimena (batería) y Paco Luis Martos (bajo) son ahora el símbolo de una nueva generación de artistas donde la autogestión se antoja modelo de permanencia. Esta vez se trata de una formación parida en una ciudad tan pequeña y anclada en el pasado como Úbeda, pero también podríamos estar hablando del Berlín de Einstürzende Neubauten o la Norte América de los mismísimo Wilco. Pero, ¿qué causas propician el carisma en condiciones adversas? ¿Qué se retuerce dentro de la lógica de la mediocridad hasta generar una cualidad distintiva? Probablemente el síntoma esté en el enfoque; en no buscar petróleo donde no lo hay; o en frases como “a veces nos apetece más ir a un sitio por las bandas con las que tocamos que por dormir en una cama decente”. Se entra en la música por dinero, pero también por otros motivos.
Guadalupe Plata no genera nada extraordinario. Hablamos de un género que ya fue exprimido hace casi un siglo por tipos de la talla de Charlie Patton, Skip James o Blind Lemon Jefferson. Además, Perico no posee una voz increíble, ni tampoco compone de …
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Todo el mundo sabe que se está en la música por dinero. Ya era así
cuando los mercenarios del soul alternaban horas en el estudio con bolos nocturnos para arañar el parné. Hoy la cosa tampoco ha cambiado mucho. Se hace música para ganar pasta con la que generar más música. Dicho de esta manera suena poco romántico, pero lo de tocar en una banda tiene mucho de renquear y poco de glamuroso. Es precisamente en esa confluencia entre necesidad y creatividad donde suele enroscarse el áspid de la distinción, una cualidad resbaladiza pero que por lógica siempre va cargada de veneno. Sucedía en los años veinte con los viejos bluesmen, referentes indiscutibles del sonido acuñado por Guadalupe Plata. Y hoy sigue replicándose dentro de un marco en el que la lógica de la industria se viene abajo. Sin discos en tienda, sin management, sin presencia en los medios habituales, a la banda solo debería quedarle el culto y a la larga la extinción. Resulta paradójico, pero grupos como el que forman Perico de Dios (guitarra y voz), Carlos Jimena (batería) y Paco Luis Martos (bajo) son ahora el símbolo de una nueva generación de artistas donde la autogestión se antoja modelo de permanencia. Esta vez se trata de una formación parida en una ciudad tan pequeña y anclada en el pasado como Úbeda, pero también podríamos estar hablando del Berlín de Einstürzende Neubauten o la Norte América de los mismísimo Wilco. Pero, ¿qué causas propician el carisma en condiciones adversas? ¿Qué se retuerce dentro de la lógica de la mediocridad hasta generar una cualidad distintiva? Probablemente el síntoma esté en el enfoque; en no buscar petróleo donde no lo hay; o en frases como “a veces nos apetece más ir a un sitio por las bandas con las que tocamos que por dormir en una cama decente”. Se entra en la música por dinero, pero también por otros motivos.
Guadalupe Plata no genera nada extraordinario. Hablamos de un género que ya fue exprimido hace casi un siglo por tipos de la talla de Charlie Patton, Skip James o Blind Lemon Jefferson. Además, Perico no posee una voz increíble, ni tampoco compone de maravilla. Jimena golpe raro, como
del revés. Y Paco Luis Marto toca el bajo con un palo y un barreño de
los de drenar la sangre en las matanzas. No es nada fashionable. ¿Cómo
se explica entonces el interés generado por el trío andaluz? ¿Cómo
excusar que con apenas un Ep publicado en limitadísima edición ya se
habían paseado por festivales como SXSW, Blues Cazorla, Monkey Week o
Primavera Sound? Puede que sea su capacidad para generar sensaciones,
algo que cualquiera que haya asistido a uno de sus conciertos habrá
experimentado. Es esa mezcla de tensión, hipnosis, obsesión y sexualidad contenida que se te clava hasta el colon. Un collage sonoro construido con parches arañados de la cara pantanosa del Rock & Roll: Hound Do Taylor, Billy Childish, Captain Beefheart, Jeffrey Lee Pierce,
Screamin’ Jay Hawkins… Aunque no les basta con explotar sus cualidades revisionistas, también ponen de su parte explorando guiños propios de la tierra en la que crecieron (sus letras delatan una tradición). “Su único pecado es la fidelidad a un género que se quiebra entre guiños de chulería rural y espasmos de blues resacoso”, publicaba la revista Ruta 66 hace casi un año a la espera del lanzamiento de su primer disco largo.
Y ahora llega el homónimo ‘Guadalupe Plata’, que se pone en circulación como descarga gratuita a través de Badcamp. Pero también en una cuidada edición en vinilo con estampación en pan de plata y pop-up desplegable.El disco físico lo edita Folc Records, el sello de Los Chicos. Una inversión de auténticos inconscientes.
Son trece canciones en total, número cabalístico trabajado durante todo
un año en tres espacios diferentes. Por un lado, Paco Loco se encargó de grabar y mezclar buena parte de los cortes en su búnker en El Puerto de Santa María. El resultado abruma por lo rudo; Maxi Ruiz de The Hollers hincó sus manos en las entrañas de dos piezas desde su estudio malagueño; y Pablo Sánchez (Producciones Peligrosas) terminó de pulir el resto en un recóndito cuartel de La Alpujarra granadina.
Son horas y horas de esfuerzo concretados en algo más de media hora de música registrada y donde la pringosa mano de Mike Mariconda ha estado más que presente (el rauncho se encargó de la masterización).
La lista de referencias que te asaltan con ‘Guadalupe Plata’ deja claro
que el debut de los de Úbeda es un disco que rebosa experiencia física.
A éstos te los crees, más allá del barrunte de guitarras y lo naïf de
sus letras. Porque hay un trabajo de indagación, pero también de
carretera y manta. Todo ello, cuentan por ahí, les ha valido una debacle
en lo personal que se traduce en la tensión y la mala baba que destilan
las composiciones.
‘Como una serpiente’ es algo más que el título de una de sus nuevas
canciones; también es la manera en la que despierta el álbum,perezoso y arrastrado, con un crótalo agitando peligro entre arpegios y feedback, anunciando llamaradas como las que escupen temas del calibre de ‘Lorena’ (con Perico aullando “Disparas tú o disparo yo”), ‘Serpiente negra’ (apertura instrumental), ‘Gatito’ (un canto misógino disfrazado de felino hechizo vudú) o ‘Estoy roto’ (beoda cantinela sobre amaneceres perdedores).
También hay novedades en el ideario sonoro de ‘Guadalupe Plata’. Por
ejemplo, la letanía de organillo en que se desenvuelve la espectral ‘El
tigre y la yedra’, otra de las instrumentales del álbum; una pequeña
pieza que lo mismo te lleva a pensar en el Clint Eastwood de ‘High
plains drifter’ que en la Holly Golightly de ‘You can’t buy a gun when
you’re crying’.
Strippers, entierros, trajes de flamenca, baños en gasolina y corrales
de vecinas, todo cabe en el imaginario del trío andaluz (en su MySpace
están las pruebas). Desde el folk patibulario de 16 Horsepower (el
polvoriento espíritu de la banda de Denver asoma en las nerviosas
vibraciones de ‘Rai’ y ‘Satánica’) a la herencia del sello In The Red
(‘Esqueleto’ podría haberla firmado el mismísimo Mick Collins) o la
descarga cramposa a lo Lux Interior (‘Pollo podrío’, el único corte en
inglés, escupe verdaderos calambrazos). Imagina por un momento un
submundo donde pudieras encajar la guitarra de John Lee Hooker con la
Cruz de Guía de la Virgen de Los Dolores, el espasmo etílico de Soledad
Brothers, la callejera sensualidad de La Veneno y la peña futbolera de
Úbeda. Suena retorcido, pero se acercaría bastante. Una banda de la que
debemos estar orgullosos con un disco que no deja indiferente.
Texto: Emilio R. Cascajosa (facebook.com/espaciodemusicaindie)
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