Por Tyla DeVille:
Pasado algo más de un año desde el lanzamiento de “La Vida Es Como un Carrusel” (Fonográfica Peñarrubia, 2011), los celtibéricos y fresquísimos Los Guajes volvieron dispuestos a perpetuarse con un nuevo trabajo que no hizo otra cosa que confirmar su estatus de grupo de culto, con un universo lírico y referencial que, pese a las apariencias revivalistas, comienza a tornarse cada vez más propio, más escorado al humor -su muy particular sentido del mismo- que nunca.
Cabe señalar que, para esta banda sonora, el combo ha ido un poco más atrás en su particular máquina del tiempo sónica, dando prioridad a los cantantes melódicos sixties y al spanish rock tan en boga por aquellos años frente al garage; a las secciones de viento y las guitarras cristalinas frente a los pedales fuzz; a la sala de fiestas, en definitiva, frente al sudoroso garito.
El elepé abre fuerte, con un par de sinceras vindicaciones de la soltería, “Soy tan feliz”, fresco corte de bas…
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Por Tyla DeVille:
Pasado algo más de un año desde el lanzamiento de “La Vida Es Como un Carrusel” (Fonográfica Peñarrubia, 2011), los celtibéricos y fresquísimos Los Guajes volvieron dispuestos a perpetuarse con un nuevo trabajo que no hizo otra cosa que confirmar su estatus de grupo de culto, con un universo lírico y referencial que, pese a las apariencias revivalistas, comienza a tornarse cada vez más propio, más escorado al humor -su muy particular sentido del mismo- que nunca.
Cabe señalar que, para esta banda sonora, el combo ha ido un poco más atrás en su particular máquina del tiempo sónica, dando prioridad a los cantantes melódicos sixties y al spanish rock tan en boga por aquellos años frente al garage; a las secciones de viento y las guitarras cristalinas frente a los pedales fuzz; a la sala de fiestas, en definitiva, frente al sudoroso garito.
El elepé abre fuerte, con un par de sinceras vindicaciones de la soltería, “Soy tan feliz”, fresco corte de basamento pop, pero sin hacerle ascos al fuzz, y la más explicita “¡Estoy soltero!”, que tiene todo lo necesario para ser el tema de adelanto del disco que en efecto fue: poderosa sección de vientos, (cortesía de Miguel Herrero y Mario Martín Roces, músicos veteranos, fogueados en las orquestas de baile de los años 50 y 60) letra atómica, ajustados coros y un grupo moviéndose con soltura en un registro decididamente más melódico y vetusto del que nos tenían acostumbrados, saliendo no sólo airosos del trance, sino totalmente triunfantes. Entre medias, “Amor acumulado”, crónica de las reflexiones de un solterón irredento a ritmo de pujante soul guitarrero.
“A mi ya todo me da igual” suena a lánguido beat con órgano, casi tanto como la desencantada historia de pérdida de crédito y dignidad a la que pone voz. Un corte cuyo tono contrasta con la marchosísima “El twist del bar Somió”, impregnada de pulso primario vía Bo Diddley que conforma uno de los cortes más sólidos del redondo, todo ritmo.
Cambio de tercio en “Quiero volver con mi mujer”, claramente deudora de aquel spanish rock, aquel rock de garage con regusto cañí que pusieran en práctica Los Brincos o Los Cheyenes allá por la década de los 60. Castañuelas y guitarras distorsionadas arropan a un relato de infidelidades pasadas, una búsqueda denodada de perdón que no sabemos si llegará a buen puerto.
“A mi nadie me deja”, bebe, una vez más, de las insondables fuentes de nuestros combos sixties, dando paso a la versión del álbum, “Hoy mejor que mañana”, extraída directamente del granado cancionero del primer Raphael, aquel que basculaba entre las influencias francesas, el pop y el beat. Los Guajes le rebajan ampulosidad al tema y le inyectan un extra de toxicidad y corazón garagero que no le sienta nada mal, aunque justo es decirlo, no consigue superar al original.
Es en el tramo final del disco donde se esconden, a mi juicio, los mejores momentos del trabajo: la engañosa balada “Din din din don”, de tan azucarado continente como irónico contenido, dando voz a uno de esos bon vivants cínicos y descreídos tan recurrentes en el universo guaje; “Los angelitos del amor”, cortísimo pildorazo de estructura cuasi doo woop y exquisitos dibujos guitarreros que pasa por ser de lo mejor del álbum; “Tu siempre dices no", donde suenan como una versión castiza y pasada de vueltas de Dion & The Belmonts y “Promoción del '71”, sentidísimo baladón de amores imposibles construido en torno a unos prístinos arpegios jangle y un contenido dramatismo que pone un broche de lo más efectivo.
“Mujeres y Centollos” constituye, en resumidas cuentas, un paso adelante al estilo guaje; esto es, retrocediendo un poco más en el tiempo. Supone, asimismo, una confirmación de su estatus de comediantes, condición de la que hacen bandera y resulta especialmente palmaria en esta su última obra (desde el título a los videoclips de presentación) lo que no debe llevarnos a error: Los Guajes son una de las propuestas de inspiración sixties más válidas, divertidas y conseguidas de este país. Comediantes, decíamos, no payasos.
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