Tras la disolución de Mártires del Compás (marzo de 2007) Chico Ocaña reorganiza su carrera artística con el sosiego templado de su conciencia tranquila y decide que quiere seguir viviendo de lo que mejor sabe hacer: interpretar lo que escribe. Para ello, se apoya en dos guitarristas jóvenes a los que viene siguiendo de cerca. Primero llama a Antonio “El Remendao” (Sant Joan de Vilatorrada, 1982), compositor y líder de Los Remendaos, al que conocía de colaboraciones en sus discos y conciertos. Después, tienta a Chemi López (Écija, 1976), guitarrista y musicólogo con quien coincidía en “El Chiringuito”; que ya había trabajado con Nena Daconte, Carlos Ann o Bunbury, y que acababa de dejar su puesto como crítico de flamenco en una revista sevillana.
El primer encuentro entre Antonio y Chemi -que no se conocían de absolutamente nada- se produce pocos días después en Sevilla. En casa de Chico. La prueba consiste en dejarlos solos con sus guitarras de palo y el primer tema que arregla…
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Tras la disolución de Mártires del Compás (marzo de 2007) Chico Ocaña reorganiza su carrera artística con el sosiego templado de su conciencia tranquila y decide que quiere seguir viviendo de lo que mejor sabe hacer: interpretar lo que escribe. Para ello, se apoya en dos guitarristas jóvenes a los que viene siguiendo de cerca. Primero llama a Antonio “El Remendao” (Sant Joan de Vilatorrada, 1982), compositor y líder de Los Remendaos, al que conocía de colaboraciones en sus discos y conciertos. Después, tienta a Chemi López (Écija, 1976), guitarrista y musicólogo con quien coincidía en “El Chiringuito”; que ya había trabajado con Nena Daconte, Carlos Ann o Bunbury, y que acababa de dejar su puesto como crítico de flamenco en una revista sevillana.
El primer encuentro entre Antonio y Chemi -que no se conocían de absolutamente nada- se produce pocos días después en Sevilla. En casa de Chico. La prueba consiste en dejarlos solos con sus guitarras de palo y el primer tema que arreglar: “Con los treinta metros”. El entendimiento es perfecto. Así comienza una primera etapa como trío, certificada con la grabación de una maqueta inédita de siete temas nuevos que estrenan en la madrileña Boca del Lobo (mayo de 2007), con Diego A. Manrique como padrino.
Se presentan en Marbella, El Masnou, Granada, Arriate y Tarragona con lo que (hacia octubre), plantean la posibilidad de incorporar el resto del conjunto instrumental. Prueban con una viola, pero la opción más válida y segura es llamar a los primos de Antonio: sus compañeros en Los Remendaos. Tras varios meses de trabajo en Sant Joan de Vilatorrada, (hasta marzo de 2008), se radia desde La Casa Encendida de Madrid la presentación de la nueva banda, con los hermanos Sergio García (Manresa, 1975) al bajo y Joan García (Manresa, 1979), a la percusión. El siguiente paso será perfilar la entrada en estudio (julio de 2008).
Durante los diez meses justos que dura la grabación (en Kay Estudios, de Manresa) se trabaja en asentar el producto y, a la par que se termina de engrasar la maquinaria, se expone el nuevo material en Madrid, Barcelona, Andorra o Dublín, pasando por Hospitalet, Málaga, Cádiz, San Roque, Córdoba, Terrassa, Jaén, Puerto Lumbreras, Villarrobledo, Granada, Toledo, Cerdanyola, El Masnou y Lucena, entre otros lugares.
Desde el principio, el objetivo de esta banda no ha sido emular a los músicos anteriores. Independientemente de la dificultad de calcar otras formas expresivas y técnicas productivas tan alejadas, hubiese sido malgastar el tiempo cuando Antonio, Chemi, Sergio y Joan tienen tanto que decir. Así, en Antonio se adivinan los mil y un modos de tirar la rumba. Su apariencia gitana -aunque sea más payo que un olivo- trae de cabeza a quienes le han visto acorralar a los duendes, guitarra y voz en ciernes. Es, además, el complemento ideal a las cuerdas vocales de Chico; el colchoncito donde se dan las buenas noches dos frecuencias sonoras tan distintas y tan iguales. En Chemi, se dan cita nebulosas patanegreras y ramalazos chirigoteros. Mas su guitarra es el imaginario cruce de caminos donde, las intenciones “jondas” de su admirado Melchor de Marchena y la suavidad de las formas carnavalescas gaditanas de antaño –las del genial Paco Alba-, se miran cara a cara.
La percusión de Joan, quizás por su “autodidactia”, aúna persuasión, potencia y una sonoridad cada vez más alejada de esa inmensa mayoría que aporrea impunemente el cajón. Ha escogido el sabio camino de dejar -entre sus patrones siempre diferentes- espacios habilidosamente holgados para que su hermano Sergio pueda hilvanar la textura armónica de los temas con la elegancia que le caracteriza. Porque, quizás sea Sergio el más musical de los cuatro. De manera que, bajo y percusión, al haber mamado de la misma teta, están acostumbrados a compartirlo todo desde pequeños; lo que obviamente garantiza la mesura deseada a la estructura ósea de los temas. Es decir, si uno tira al jazz, el otro se apunta a la fiesta sin problemas. Y si Sergio se mete “por swing”, a Jonny se le iluminan los ojillos y le sigue espontáneamente.
No obstante, el secreto del resultado final de “Canciones de Mesa Camilla” reside en que Chico ha dejado trabajar libremente a los músicos todo el material de arreglos, supervisando lo justo y necesario, para acabar aplicando en última instancia su criterio estético en ajustes y desajustes. De manera que, quienes vienen buscando la raíz “martiresca”, no van tener mucho problema para encontrarla entre el elemento decorativo que han propuesto los músicos a esta bonita aventura.
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